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Escribir Featured Reflexiones

La importancia de tener un Vertedero de Palabras.

Cuando me propuse a inicios de año forzarme a escribir, lo primero que hice (a parte de reanudar este blog) fue crear un documento de word en blanco al que llamé "vertedero de palabras".

Llevaba semanas midiendo y observando lo que me pasaba cuando me forzaba a escribir. Mi cabeza empezaba a echar humo, notaba como las manos se me entumecían y no podía pensar nada con claridad. Me asolaba un torbellino de ideas inconexas, palabras imprecisas, imágenes borrosas. Era tal la fuerza con la que me golpeaba, que me quedaba inmóvil, incapaz de redactar o seguir con la idea que tenía en mente. Era incapaz de gestionar tal cantidad de palabras e ideas que me pasaban por la cabeza. No sabía como continuar, que palabras usar, ni siquiera a formar una frase que tuviera algo de sentido.

Este hecho de sentirme impotente delante de la hoja en blanco, sentir que algo que me hacía feliz antes ya no me daba esa satisfacción que yo andaba buscando y que además no lograba redactar nada de lo que estuviese satisfecho, tomé la decisión de buscar o informarme de qué podría estar pasando y si había habido escritores que habían pasado por lo mismo. Sí, está el famoso bloqueo del escritor y ya hay miles de métodos para intentar superarlo (marcarte objetivos, leer, leer más, crear un hábito de escritura, etc...). Pero yo buscaba algo más. No era un bloqueo por que hacía tiempo ya que no escribía nada por tema de tiempos (la universidad me había quitado en gran parte el poco que tenía). Era algo más profundo. Algo relacionado con la habilidad.

Me acuerdo de leer cuando estaba en bachillerato el caso de Mercè Rodoreda que comentaba que había estado una larga temporada, años, sin poder escribir nada (solo algunos cuentos) ya que el mero hecho de ponerse a escribir conllevaba un esfuerzo enorme. Las manos le dolían, no podía sujetar el bolígrafo y lo que antes hacía con pasión se había vuelto en todo una pesadilla. De esta experiencia de la autora, aprendí que a veces, no importa las muchas ganas que le eches a algún proyecto de este tipo, sino que las cosas siguen un curso, y si ahora no es el momento, no importa, ya llegará. Quizás es por que de manera inconsciente la idea que habías planteado para la historia necesita algo más de tiempo para poder madurar. O quizás ese dolor de articulaciones, esa parálisis que sufres al enfrentarte a la hoja en blanco abrumado por todas las ideas que empiezan a circular por tu cabeza, se debe a simplemente a que tu cuerpo te está pidiendo algo más de tiempo para poder enfrentarse a la ardua tarea que es el escribir. Crear un mundo de cero, y subjetividades distintas que interactúen en él.

Sin embargo, esto no hacía que mis ganas de escribir, retomar lo que me hacía tan feliz, cesaran. Coincido con la idea de que a veces, lo que uno necesita es tiempo y que tomarse un par de años, escribiendo poco a poco para ir retomando el ritmo, es una buena manera de paliar el problema que puede suponer esto. Aún así, lo que quería era poder recuperar esa habilidad para domesticar las palabras. Poder traducir y plasmar correctamente todas esas ideas que me circulaban por la cabeza.

Recordé que, en la autobiografía literaria de Stephen King Mientras Escribo comentaba que a veces, lo que necesitamos es vomitar, sacar todas esas palabras que nos están ocupando espacio en la cabeza y lo único que están haciendo es distraernos de nuestros objetivos. Sería como cuando estás pasando una situación de estrés y lo único que necesitas para poder relajarte es gritar con todas tus fuerzas, sacar la frustración de dentro de ti. En la escritura esto se traduciría en sacar todo lo que tienes en la cabeza y te distrae. Vomitar en una hoja en blanco todo aquello que se te pase por la cabeza, sin meditarlo, sin medirlo, sin temor de que esté mal o no. Por que lo único que importa aquí es que se saquen todas estas ideas y palabras de dentro, sin  ninguna consecuencia.

Al reflexionar sobre ello me dí cuenta que quizás esto era lo que necesitaba. A parte de crear un hábito de escritura (el consejo número 1 que da todo el mundo) lo que necesitaba era desprenderme de todo aquello que me consumía por dentro a la hora de escribir: las inseguridades, los temores a no escribir bien, temas que aunque no te des cuenta, te consumen poco a poco hasta llegar al punto de bloquearte ante una hoja en blanco.

Eso hice. Crear un documento de word sin ninguna idea en mente nada más la de tenerlo como vía de escape, un vertedero para todo lo que quiera sacar de dentro de mi cabeza.

Haciendo balance después de haberlo estado usando unos meses, puedo decir que ha sido una buena decisión y la verdad, noto que me está ayudando a ordenarme las ideas y a ser capaz de escribir algo mejor, sabiendo lo que quiero y cómo transmitirlo. En mi opinión, es un buen ejercicio para dejar la mente en blanco y relajarse todo lo posible para poder escribir. 

Es un consejo que se sale algo de lo habitual, ya que normalmente, cuando alguien busca ayuda para superar este tipo de cosas, o emprender el camino de la escritura, muchos de los consejos que se dan son tres: crearse un hábito escritor, leer muchísimo y ponerte objetivos. Pero creo que a veces, más que poner el foco en el resultado (querer escribir) tenemos que ponerlo sobre nosotros, que somos al fin y al cabo, quiénes vamos a escribir aquello que tanto queremos.

También tengo que decir que a veces, cada X tiempo es bueno echarle un ojo a lo que hemos ido acumulando en el vertedero. Por mucho que nos digamos a nosotros mismos que lo que estamos escribiendo no es de calidad, o no tiene sentido, una mirada distanciada nos puede dar otra perspectiva. A veces, cuando escribimos algo, lo peor que podemos hacer es lanzarnos de lleno acto seguido a la corrección. Eso puede llegar a ser fatal en algunos casos, ya que alimenta la frustración al ver o creernos que lo que hemos escrito no tiene sentido o está mal. El propio autor suele ser el peor y más estricto crítico de su trabajo. Por ello, es bueno dejar entre escritura y corrección un periodo de tregua. Descubres auténticas joyas de cosas que al momento de escribirlas pensabas que eran lo peor.

La clave está en darse tiempo a uno mismo. Y en vomitar todas aquellas palabras que nos distraen en un vertedero. Olvidarnos. Y volver.
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Desahogo Featured Personal Reflexiones

Reflexiones de un marica cabreado.

Sobre la competitividad y el reafirmarse a uno mismo.

Mi plan del viernes noche de esta semana va a consistir en beberme una botella de vino mientras estoy en la cama escuchando canciones de Hannah Montana. Es que lo tengo clarísimo. Y quizás te preguntes ¿Por qué tienen que ser canciones de Hannah Montana? y la respuesta aquí es: puesto a comernos la cabeza, mejor con un vinito y escuchando auténticos temazos de culto. Que sí, que quizás no encajen mucho con la situación que supone comerse la cabeza a pensamientos intrusivos, abrir los brazos al máximo para abrazar a esa anunciada bajona. Pero bueno, es mi bajona y yo mando en ella.


En mi familia somos 3 hermanos. Tengo un hermano mayor que me saca 5 años y un mellizo (somos completamente lo opuesto). Hace unos 11 años entendí que con estas condiciones se desarrollaba un clima muy competitivo entre la familia. Siempre me comparaba con mis hermanos, por notas, por habilidades deportivas, por todo. Así que si quería que me dejasen de minusvalorar, debería ponerme las pilas. Mi único objetivo pasó a ser a intentar ser mejor que mis hermanos. Fuese en lo que fuese. Siempre tenía que saberlo todo, hacer las mejores cosas, las mejores notas, las mejores metas en la vida.

Tengo que reconocer que no me esforcé mucho la verdad. Aún así, iba cumpliendo mi objetivo poco a poco. El primero logro fue superar en notas en la selectividad a mis hermanos. La siguiente, tener mejor media en la carrera que mis hermanos y haberme logrado sacar un erasmus con una media bastante alta. Lo que llegó después fue, entre mi hermano mellizo y yo, conseguir ser el primero en conseguir un trabajo relacionado con lo que había estudiado, y haber logrado progresar lo suficiente el primer año para que me nombraran project manager. Quizás no es mucho, pero en mi realidad sí, puesto que todo el rato, lo que hago se contrapone con lo que hacen mis hermanos, y por lo tanto, tengo que ponerlo en contexto con lo que ellos han hecho o logrado. 

A todo esto, era consciente que esta batalla la estaba librando en mi cabeza. Pensándolo ahora desde una perspectiva distanciada en el tiempo, soy plenamente consciente de que ese nivel de competitividad me lo imponía yo de manera consciente. Esto se vió alimentado por algún comentario por parte de profesores o alguno de mis padres (¿podría explicarlo la teoría del etiquetaje de Ray C. Rist?). Pero soy consciente de que me exigí ser el mejor.  Tomé de forma consciente esa decisión.

Reflexionando sobre lo que me llevó a tomar esta decisión, veo muy claro que un elemento crucial fuera mi orientación sexual. El hecho de que yo me identifique como gay, hace que sea consciente de, que si quiero que la gente pase de valorarme únicamente por esa condición, necesito logros que revaliden mi valía. Es muy triste pero esta es una dinámica bastante común. A la gente no cis o racializada se le exige más para poder reafirmarse. No es lo mismo en un entorno opresivo que exista un maricón con pocos estudios y analfabeto, que un maricón con estudios, matrículas de honor y una carrera profesional prometedora. En el caso de sufrir algún estigma social, la meritocracia ejerce mayor presión. 

En mi caso, desde la eso era plenamente consciente de ello. Intentaba, mediante logros académicos o profesionales, ensombrecer el hecho de que fuera gay. Dejarlo en un segundo plano. Que sí, que hemos evolucionado lo bastante como sociedad como para que eso deje de ser el centro de atención. Pero por más que así se crea en algunas ocasiones, no es verdad. Por mucho que tengas la suerte de encontrare en un entorno seguro, por mucho que la gente de tu alrededor te diga una y otra vez que no pasa nada, eso es algo que concierne al individuo valorar para dar el paso de salir del armario. Recae en ti la tarea de valorar tu entorno si es seguro o no, y de superar esa barrera para poder aceptarte y vivir en paz tu existencia. Se nos llena la boca de decir que no pasa nada etc, que el entorno es seguro, que no importa... pero lo que realmente importa aquí es ese ejercicio que tiene que hacer uno mismo por aceptarse tal y como es y dejar de intentar ocultar el hecho de que es gay. Ok, ya está. Deja de intentar por todos los medios ser mejor que los demás, ya que a parte de dar una imagen de competitivo narcisista, lo único que haces es hacer daño a los demás y sobretodo, a ti mismo.

No hace falta decir que esta es una conversación que estoy teniendo conmigo mismo. Es algo en lo que tengo que trabajar, poco a poco, con las herramientas que tengo. No puedo pedirle a nadie que me haga este trabajo. Es algo que inevitablemente me llevará a un punto de inflexión vital en mi experiencia de vida. Será un trabajo que calará en mis valores y me hará evolucionar como persona. Quizás no sea consciente cuando pase, pero con el tiempo, seré capaz de verlo con perspectiva y valorarlo.

Bueno, y todo esto a qué viene. El tema es que he estado conociendo esos últimos meses a una persona (de hecho, tengo varias entradas hablando de ello). Esta mañana, no sé cómo, ha salido el tema de los logros que hemos conseguido en nuestra corta vida. Me ha comentado que él había conseguido, en los 26 años que tiene, publicar un libro, dos másters más el grado y que ahora era director de marketing de una editorial. En ese instante no he podido evitar compararme con él. ¿Qué he conseguido yo a los 23? acabar un grado, el erasmus, comprarme un coche (parece una tontería pero para mi comporta una inversión importante de dinero, y por tanto, lo valoro mucho) y trabajar en una empresa como project manager de lo mío (y ahora con el tema de la pandemia he podido mantener mi trabajo sin ERTE ni nada, trabajando desde casa). Soy consciente de que no puedo quejarme de nada. Sin embargo, mi cabeza ha empezado a compararse inevitablemente con sus logros. He sentido que mis logros no tenían valor, era inferiores a los suyos. Vamos, qué puede competir el haber publicado una novela con lo que he conseguido? nada. 

Muchas veces, cuando estoy con él, noto como va quebrando mis barreras de narcisista competitivo. Se mueve por un mundo profesional y personal que yo siempre quise, pero que no conseguí. Me intimida el hecho de que él haya conseguido triunfar en el mundo que yo nunca pude.

Aún así, con esto estoy siendo muy reduccionista. No puedo echarlo todo a perder por el simple hecho de que haya publicado una novela. Y esto ahora va para mi mismo, para evitar tener estos pensamientos intrusivos. No puedes estar toda la vida comparándote con alguien. No puedes poner al mismo nivel tus logros con los suyos. No puedes apoyarte en el factor económico siempre que te sientas intimidado por  alguien. Por que no es justo para nadie, ni para ti ni para él. Te hace daño y haces daño. Quieres dar una imagen medida al milímetro, pero a veces haces que eso se vea artificial. Los logros que has conseguido tiene valor por que se contraponen con tu situación. Y haciendo está valoración, están muy bien. Piensa que tienes 23 años y has conseguido todo esto. Hay gente que no puede disfrutar del privilegio de poder decir que ha encontrado un trabajo nada más salir de la carrera y que lo haya podido mantener con la crisis que se viene, sin reducción de jornada y salario. Así que pon en valor lo que has conseguido en función de tu situación y valóralo. Eres un privilegiado. Llora si quieres. Llorar está bien, nos permite desahogarnos y es necesario. Pero por en valor lo que has conseguido. Y no lo reduzcas todo a una sola cosa. Valóralo en contexto.


Thank you for coming to my ted talk.


P.D. Esto ha sido básicamente una necesidad. He sentido la necesidad de vomitar todo lo que pasaba por mi cabeza. Quizás no le encuentres el sentido, es todo pensamiento puro, traducido a palabras escritas. Pero me ha ayudado a ordenarme un poco las ideas, y a reafirmarme para intentar ser buena persona. Conocerme para poder estar en paz conmigo mismo, solucionar estos temas. 
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Personal Relaciones

He conocido a una persona (de la manera más millenial posible): PARTE III

 

Después de esa tarde rara, emocionante (es qué no sé), le propuse quedar para comer el martes siguiente. Reservé mesa para dos en un restaurante que acaban de abrir cerca de nuestros respectivos trabajos. Y aunque el día estaba siendo un caos en la oficina (reuniones, avances de proyectos, mails inesperados...) no lograba dejar de pensar en la comida y en lo nervioso que estaba.

Salí tarde de una de una de las reuniones y cuando me di cuenta, ya era las dos y cuarto. Fui corriendo a mi mesa y dejé todo el papeleo (ya continuaría después) cogí la chaqueta y salí de la oficina. Al coger el móvil, vi que me había mandado un par de mensajes. Básicamente me comentaba que ya había salido de la oficina y que estaba yendo al restaurante. Aceleré el paso, esquivando a las personas para poder llegar en cuanto antes, ya que la mesa la había reservado yo. No me gustaría hacerlo esperar.

Al llegar, lo ví de pie enfrente de la entrada, mirando el móvil. Al verlo lo abracé, me salió de dentro. Aunque la verdad, me moría de ganas de comerle la boca, es algo que no tuve el valor de hacer. Me repetía una y otra vez que las cosas se hacen despacio, que no hay porque correr. Al entrar, nos sentaron en una mesa para dos al fondo. Estuvimos comentando temas de nuestros trabajos, que si el becario que había entrado nuevo era un incompetente, que si los clientes no se ebnteraban de lo que habían contratado, que si la gestión de compras y ventas era una porquería...

Cuando quisimos darnos cuenta, ya eran más de las 15h, así que nos levantamos, pagamos y salimos con cierta prisa. No podíamos llegar muy tarde a nuestro trabajo. Al llegar a mi oficina nos detuvimos. La verdad es que quería besarlo, pero me sentía cohibido. Ahí delante había un grupo de compañeros fumando y hablando antes de entrar de nuevo a reanudar el trabajo. No quería que ellos me vieran besándome con él. La verdad es que no he salido del armario aún ni ante familiares ni compañeros de trabajo. Así que me conformé dándole un abrazo. Al separarnos, vi que se seguía de pie mirándome. No pude resistir las ganas y me lancé. Sus labios tenían un sabor dulce y el beso parecía que se alargaba horas. Me daba igual todo.

Al separarnos, me comentó: 
- Ya pensaba que no lo harías. 

La verdad es que yo también lo había pensado. Cuando se fue, no pude evitar la tentación de enviarle un mensaje proponiéndole vernos de nuevo (me había quedado con ganas de besarle). Esa misma tarde nos vimos al acabar la jornada.


Empezamos a hablar mucho, casi cada día, de tonterías, nuestras cosas y demás. Descubrí que era un lector acérrimo de literatura juvenil y un romántico empedernido. También me comentó que tampoco había salido del armario, solo con su madre. Siempre que hablaba no podía evitar perderme entre su voz, su cara, todo. Me siento muy estúpido a su lado. No lo sé.

A mediados de enero, en medio de una de estas conversaciones me comentó de quedar algún día para cenar algún viernes en su casa. Le dije que sí. Sin embargo, al comprobar mi agenda, me di cuenta de que tenía ocupado todos los viernes del mes, excepto el 24 de enero, aunque ese día, a las 21h de la noche cogía un AVE dirección Madrid para pasar una semana en casa de unos amigos. Aún así, le comenté que sí, que me encantaría cenar con él, aunque por desgracia, no me podría quedar mucho tiempo, ya que a las 21h tenía que estar en Sants.

La tarde del 24 me la pasé entera por Barcelona. Como había quedado con él a eso de las 18h, cuando saliera de trabajar, no me daba tiempo suficiente para volver a casa. Así que quedé con unos amigos para comer algo en algún restaurante de por la zona y aprovechar y ponernos al día de los cotilleos y desventuras de cada uno. Yo les había comentado algo de esta persona que estaba conociendo, pero la verdad, no había dado demasiados detalles de como evolucionaba, ni como me hacía sentir. Tenía la sensación de que todo se desarrollaba demasiado rápido. Hacía apenas dos meses que nos habíamos visto en persona, y 6 meses que nos conocíamos. No podía precipitarme... Tenía la sensación de que corría demasiado y que en cualquier momento, la cosa podía acabar mal. Me forzaba a mi mismo a ralentizar las cosas. Y a mi la verdad, no me gustaría perder esta bonita historia por ir demasiado rápido.

Ese mismo día, en la comida, les comenté a mis amigos que habíamos quedado para cenar en su casa.

- Te vas a acostar con él - comentaban.

La verdad es que esa idea no me la había planteado nunca. Ya he comentado que lo bueno suele cocinarse a fuego lento, así que en mi caso, cuando estas ideas empiezan a acecharme, me fuerzo a no pensar en ellas. Soy muy de que las cosas fluyan, no hay que forzarlas, o en su defecto, no hay que forzarlas demasiado. Les comenté que no, que yo no intentaría nada. Además, a las 21h tenía que estar en Sants para pillar el AVE.

A las 18h ya había dejado a mis amigos en la estación de Passeig de Gràcia y me dirigí a buscarlo a su trabajo. Cuando salió del portal del edificio, no pude evitar sonreír. Se acercó a mi y me besó. Al separarnos me comentó:

- ¿Qué te apetece cenar? 
- Sushi

Subimos andando por Passeig de Sant Joan y cogimos el metro en Tetuán. Durante el camino, estuvimos hablando sobre el trabajo (para variar) y los últimos cotilleos que se habían visto por Twitter. No podía evitar en fijarme en su cara, en su sonrisa de despreocupación aunque de querer morirse (estaba agotado). Que mono es. Y qué interesante.

Al llegar a Sant Antoni pasamos por un súper y pillamos una bandeja de sushi variado. Pagué yo. Ya que me invitó a su casa, lo menos que podía hacer era invitarlo a sushi. Vivía en un bloque de pisos antiguos de Barcelona, de techos altos, ventanales de el suelo hasta el techo y puertas dobles de madera. Me invitó a pasar y fuimos directamente a su habitación. Por el camino nos encontramos con uno de sus compañeros de piso. Me lo presentó rápidamente, y le dedique una sonrisa formal, amable.

Al llegar a su habitación dejó las cosas en el escritorio. Era amplia y luminosa. Todos los muebles eran blancos y había una estantería justo delante de la puerta repleta de novelas y mangas. Me gustó.

Se abalanzó sobre mí. Noté sus labios húmedos contra los míos. Sus manos me rodearon la cintura y me dejé caer contra la cama. Estaba muy nervioso, era una persona que me gustaba mucho. Sin embargo, me dije para mi mismo que no valía la pena pensar y darle vueltas a las cosas. Así que dejé la mente en blanco y me dejé llevar por el momento. Notaba su cuerpo contra el mío. No había otro lugar en el mundo en el que quisiera estar en ese momento.

Al acabar nos tumbamos exhaustos, sudados, con la respiración agitada. Notaba que me había fundido con él, en solo uno. Lo abracé con todas mis fuerzas y coloqué mi cabeza contra su pecho. Por un momento, solo estábamos él y yo en el mundo...

Entonces, me sobresalté. Yo tenía que pillar un AVE a Madrid a las 21h. Me aparté un momento, y miré el reloj del móvil. Las 20:25. Se levantó de la cama y se vistió también, comentándome cómo tenía que hacer para poder llegar a Sants desde ahí en el menor tiempo posible. Al salir, seguir la calle hacia arriba y en la primera intersección encontraría a mi derecha la parada de metro de linea roja. A partir de ahí, tocaría jugar con el cambio de linea.

Noté como, mientras me cambiaba, me miraba con esa mirada tonta. Cogí mi mochila y salimos de la habitación.

De camino a la puerta, me di cuenta de que no habíamos cenado. La verdad es que no tenía hambre así que le dije que se comiera el sushi en honor a los dos. En mi caso, ya miraría de pillar algo en el AVE o una vez estuviera en Madrid. No cruzamos muchas más palabras. Al despedirnos, bajo el marco de la puerta, lo abracé por el cuello y le besé. Cerré los ojos. Qué feliz me hacía. Ese momento, ese lugar... Al separarnos me comentó que, o me daba prisa o llegaría tarde. Tenía razón. Así que le dije adiós, y me encaré hacia la parada de metro pendiente del reloj. Me quedaban 25 minutos para poder llegar al AVE.

Al llegar a Sants, me dirigí rápidamente al puesto de seguridad a la entrada del AVE. Miré el reloj y vi que mi AVE salía en 10 minutos. Mierda. Estaba sudando, notaba mi espalda húmeda.

Al pasar el control bajé directamente al andén, corriendo. Cuando logré localizar mi asiento, dejé la enorme mochila que llevaba conmigo en el portaequipajes encima de mi, y por fin me relajé. Tenía muchas cosas que procesar. Él, sus besos, su cuerpo...

Una voz femenina me apartó de mis pensamientos.

- Perdona, este asiento es el mío.

A mi costado, en medio del pequeño pasillo, se alzaba una mujer de mediana edad, con la melena recogida y un papel arrugado en la mano. La miré unos segundos.

- No puede ser... este es mi asiento... - le dije.

Saqué el billete de la cartera y lo revisé un momento. Mierda. Me había equivocado de asiento. El mío estaba en el coche 4, no en el coche 8. Con la cara roja a punto de estallarme, me levanté y me disculpé. Cogí mi mochila y, esquivando a la multitud que estaba en el pasillo acomodando sus equipajes, me dirigí a mi asiento. Esta vez el mío.

Sudando, con la mochila en una mano y el billete en la otra, el móvil vibró. Me había mandado un mensaje.

- Que vaya bien el viaje a Madrid.

Suspiré. No pude evitar dibujar una risa tonta en mi cara.


Me había enamorado de él..? Apenas lo conocía... No creo que sea bueno desarrollar tan rápido esa necesidad de apego.

Sin embargo, pensar en él hacía que tuviera una extraña sensación de vértigo. Notaba un nudo en el estómago que me subía por el esófago... la boca seca... Pensaba también en el hecho de que él fuera un chico. Nunca he salido de el armario en el entorno familiar, y es algo que aún tengo que enfrentarme y encarar, luchar conmigo mismo para aceptarlo. Sé que a mis padres no les importaría, quizás un poco de shock al principio. Pero es algo que tengo que trabajar yo, enfrentarme a ello. Tiempo al tiempo.


Me siento como si estuviera al borde de un precipicio. ¿Sabes la sensación de vértigo al rozar el límite con la suela de los zapatos? Me siento así. Sin embargo, no tengo miedo. La oscuridad del vacío que se abre bajo mis pies me abraza, llenándome de una paz arrolladora. Él es la incertidumbre, y yo quiero lanzarme de lleno...

Aún así, soy consiente que las cosas llevan su tiempo. Esto hace que en mi cabeza se libre una batalla continua entre la sensatez y el impulso. Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Y ya sabemos, que los mejores platos se cocinan a fuego lento...
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Escribir Reflexiones

Sobre la habilidad de narrar. Perderla e intentar recuperarla.

Escribir una novela es como redactar un trabajo de la universidad. Es decir, tienes que definir muy bien el objeto de estudio. Sé que existe siempre esta dicotomía del escritor brújula o mapa, etc etc. Pero en ambos casos, sabes a dónde te estás dirigiendo. Sabes el rumbo que quieres tomar. En el caso del mapa, lo sabes mucho antes de ni siquiera escribir la primera palabra. En cambio, en el caso de los escritores brújula, vas viendo el rumbo que va tomando la historia. Pero sabes a dónde te estás dirigiendo. Las buenas historias son aquellas que fluyen con la historia… es decir, un desarrollo natural de las cosas… todo ocurre y se desarrolla para un fin…

Antes, al escribir, escribía lo que me salia de dentro. Notaba como una fuerza dentro de mi me empujaba a escribir, a la necesidad de vomitar lo que pensaba. Me gustaba perderme entre mundos, entre tramas, entre personajes. Ser la mejor versión de mi. O poder, por un momento, desprenderme de mi realidad para adentrarme a una más soportable. No sé ni lo que digo. Por dios qué intenso que soy. Pero vamos, la idea y lo que más me frustra ahora es que antes con una mínima idea estaba dándole bola mucho tiempo. Notaba mi cuerpo temblar al ver crecer poco a poco esa idea. Era como una sensación de vértigo, como cuando te enamoras. El corazón desbocado. Sin embargo, al acabar la carrera y querer volver a sentir esto, descubrí que esto ya no era así. No sentía mariposas en el estómago al enfrentarme a la hoja en blanco, no sabía plasmar en palabras mis ideas, me costaba cuesta mucho articular ni siquiera un diálogo lógico o decente. La historia no me llevaba por sus caminos. No había caminos. Solo prado, bosque, nada claro. Entendí que si quería volver a sentir lo que sentía antes, debía empezar a aprender a tomar iniciativa y forzarme a moldear por mi mismo y de manera consciente las historias. Sumando elementos, preguntándome (qué pasaría si…) alimentar la fábrica de la imaginación.

Reconozco que desde que acabé la carrera, mi principal objetivo ha sido el de recuperar mi habilidad para narrar. He pasado noches enteras definiendo mi problema, estableciendo sus límites, para poder dibujarlo de la mejor forma y poder plantarle cara. Suena contradictorio, querer recuperar la espontaneidad que tenía mediante la planificación meditada y análisis riguroso del problema al que me enfrento. Recuperar algo subjetivo añadiéndole objetividad, sometiéndolo a unas reglas preestablecidas. Pero, siento que mantener el control es el único camino que tengo para recuperar algo que siento que la monotonía del pasar del tiempo me ha quitado.

Hace años empecé a escribir una historia sobre el despertar sexual (sí, estaba obsesionado con ese tema, pero bueno, estaba en plena pubertad y eso significa hacerte preguntas insustanciales que crees que te marcarán de por vida y obsesionarte por el placer sexual de la persona y la búsqueda constante de esencias que te hagan sentir que perteneces a un mundo corpóreo. Vamos, que vas más salido que el canto de una mesa y que necesitas sentirte real, y que las tonterías que haces son tus tonterías, y quizás cobrarán especial fuerza en tu mundo, fuerza que en unos años, dejarán de tener…) de una chica joven, en la Barcelona de los años veinte.

Básicamente ella se enamoraba de un chico, un alumno de la clase de economía de la universidad en dónde su padre daba clases. Los padres de ella lo descubrían y la mandaban a Francia, a un colegio de monjas, religioso (eran muy religiosos, iban a misa todos los domingos y se regían por una conducta de vida inquebrantable a ojos de dios). Total, que ahí se hacía amiga de una niña rebelde, y ella, nuestra protagonista, se siente irremediablemente atraída hacía su mundo… hacía ella… Total, que la idea era desarrollar un despertar sexual en una atmósfera asfixiante y trabajar la psique de la protagonista, como vamos de una inocencia vista al inicio de la novela, hasta un punto en dónde la protagonista toma consciencia de dónde vive, de la atmósfera asfixiante en la que se encuentra y de lo que realmente quiere, de cómo se reafirma en pequeñas acciones que negaba al inicio de la novela. Vamos, la escena estrella es cuando ella y la otra, se suicidan cuando se descubre lo suyo (sorpresa, historia LGBT que acaba en tragedia, madre mía que innovador me siento).

El tema es que me he acordado de la historia y recordaba que los diálogos estaban bastante bien. Aún así, no he logrado encontrar el documento en dónde la empecé a escribir… y me da pena… y rabia… realmente es una de esas historias de mi etapa de prepúber y adolescente en dónde realmente, ahora con unos cuántos años de más, le veo calidad. Pero bueno… sigamos con la ardua tarea de nutrir esa capacidad narrativa que todos tenemos, pero, a unos más que a otros, nos cuesta poner en práctica.
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