Después de esa tarde rara, emocionante (es qué no sé), le propuse quedar para comer el martes siguiente. Reservé mesa para dos en un restaurante que acaban de abrir cerca de nuestros respectivos trabajos. Y aunque el día estaba siendo un caos en la oficina (reuniones, avances de proyectos, mails inesperados...) no lograba dejar de pensar en la comida y en lo nervioso que estaba.

Salí tarde de una de una de las reuniones y cuando me di cuenta, ya era las dos y cuarto. Fui corriendo a mi mesa y dejé todo el papeleo (ya continuaría después) cogí la chaqueta y salí de la oficina. Al coger el móvil, vi que me había mandado un par de mensajes. Básicamente me comentaba que ya había salido de la oficina y que estaba yendo al restaurante. Aceleré el paso, esquivando a las personas para poder llegar en cuanto antes, ya que la mesa la había reservado yo. No me gustaría hacerlo esperar.

Al llegar, lo ví de pie enfrente de la entrada, mirando el móvil. Al verlo lo abracé, me salió de dentro. Aunque la verdad, me moría de ganas de comerle la boca, es algo que no tuve el valor de hacer. Me repetía una y otra vez que las cosas se hacen despacio, que no hay porque correr. Al entrar, nos sentaron en una mesa para dos al fondo. Estuvimos comentando temas de nuestros trabajos, que si el becario que había entrado nuevo era un incompetente, que si los clientes no se ebnteraban de lo que habían contratado, que si la gestión de compras y ventas era una porquería...

Cuando quisimos darnos cuenta, ya eran más de las 15h, así que nos levantamos, pagamos y salimos con cierta prisa. No podíamos llegar muy tarde a nuestro trabajo. Al llegar a mi oficina nos detuvimos. La verdad es que quería besarlo, pero me sentía cohibido. Ahí delante había un grupo de compañeros fumando y hablando antes de entrar de nuevo a reanudar el trabajo. No quería que ellos me vieran besándome con él. La verdad es que no he salido del armario aún ni ante familiares ni compañeros de trabajo. Así que me conformé dándole un abrazo. Al separarnos, vi que se seguía de pie mirándome. No pude resistir las ganas y me lancé. Sus labios tenían un sabor dulce y el beso parecía que se alargaba horas. Me daba igual todo.

Al separarnos, me comentó: 
- Ya pensaba que no lo harías. 

La verdad es que yo también lo había pensado. Cuando se fue, no pude evitar la tentación de enviarle un mensaje proponiéndole vernos de nuevo (me había quedado con ganas de besarle). Esa misma tarde nos vimos al acabar la jornada.


Empezamos a hablar mucho, casi cada día, de tonterías, nuestras cosas y demás. Descubrí que era un lector acérrimo de literatura juvenil y un romántico empedernido. También me comentó que tampoco había salido del armario, solo con su madre. Siempre que hablaba no podía evitar perderme entre su voz, su cara, todo. Me siento muy estúpido a su lado. No lo sé.

A mediados de enero, en medio de una de estas conversaciones me comentó de quedar algún día para cenar algún viernes en su casa. Le dije que sí. Sin embargo, al comprobar mi agenda, me di cuenta de que tenía ocupado todos los viernes del mes, excepto el 24 de enero, aunque ese día, a las 21h de la noche cogía un AVE dirección Madrid para pasar una semana en casa de unos amigos. Aún así, le comenté que sí, que me encantaría cenar con él, aunque por desgracia, no me podría quedar mucho tiempo, ya que a las 21h tenía que estar en Sants.

La tarde del 24 me la pasé entera por Barcelona. Como había quedado con él a eso de las 18h, cuando saliera de trabajar, no me daba tiempo suficiente para volver a casa. Así que quedé con unos amigos para comer algo en algún restaurante de por la zona y aprovechar y ponernos al día de los cotilleos y desventuras de cada uno. Yo les había comentado algo de esta persona que estaba conociendo, pero la verdad, no había dado demasiados detalles de como evolucionaba, ni como me hacía sentir. Tenía la sensación de que todo se desarrollaba demasiado rápido. Hacía apenas dos meses que nos habíamos visto en persona, y 6 meses que nos conocíamos. No podía precipitarme... Tenía la sensación de que corría demasiado y que en cualquier momento, la cosa podía acabar mal. Me forzaba a mi mismo a ralentizar las cosas. Y a mi la verdad, no me gustaría perder esta bonita historia por ir demasiado rápido.

Ese mismo día, en la comida, les comenté a mis amigos que habíamos quedado para cenar en su casa.

- Te vas a acostar con él - comentaban.

La verdad es que esa idea no me la había planteado nunca. Ya he comentado que lo bueno suele cocinarse a fuego lento, así que en mi caso, cuando estas ideas empiezan a acecharme, me fuerzo a no pensar en ellas. Soy muy de que las cosas fluyan, no hay que forzarlas, o en su defecto, no hay que forzarlas demasiado. Les comenté que no, que yo no intentaría nada. Además, a las 21h tenía que estar en Sants para pillar el AVE.

A las 18h ya había dejado a mis amigos en la estación de Passeig de Gràcia y me dirigí a buscarlo a su trabajo. Cuando salió del portal del edificio, no pude evitar sonreír. Se acercó a mi y me besó. Al separarnos me comentó:

- ¿Qué te apetece cenar? 
- Sushi

Subimos andando por Passeig de Sant Joan y cogimos el metro en Tetuán. Durante el camino, estuvimos hablando sobre el trabajo (para variar) y los últimos cotilleos que se habían visto por Twitter. No podía evitar en fijarme en su cara, en su sonrisa de despreocupación aunque de querer morirse (estaba agotado). Que mono es. Y qué interesante.

Al llegar a Sant Antoni pasamos por un súper y pillamos una bandeja de sushi variado. Pagué yo. Ya que me invitó a su casa, lo menos que podía hacer era invitarlo a sushi. Vivía en un bloque de pisos antiguos de Barcelona, de techos altos, ventanales de el suelo hasta el techo y puertas dobles de madera. Me invitó a pasar y fuimos directamente a su habitación. Por el camino nos encontramos con uno de sus compañeros de piso. Me lo presentó rápidamente, y le dedique una sonrisa formal, amable.

Al llegar a su habitación dejó las cosas en el escritorio. Era amplia y luminosa. Todos los muebles eran blancos y había una estantería justo delante de la puerta repleta de novelas y mangas. Me gustó.

Se abalanzó sobre mí. Noté sus labios húmedos contra los míos. Sus manos me rodearon la cintura y me dejé caer contra la cama. Estaba muy nervioso, era una persona que me gustaba mucho. Sin embargo, me dije para mi mismo que no valía la pena pensar y darle vueltas a las cosas. Así que dejé la mente en blanco y me dejé llevar por el momento. Notaba su cuerpo contra el mío. No había otro lugar en el mundo en el que quisiera estar en ese momento.

Al acabar nos tumbamos exhaustos, sudados, con la respiración agitada. Notaba que me había fundido con él, en solo uno. Lo abracé con todas mis fuerzas y coloqué mi cabeza contra su pecho. Por un momento, solo estábamos él y yo en el mundo...

Entonces, me sobresalté. Yo tenía que pillar un AVE a Madrid a las 21h. Me aparté un momento, y miré el reloj del móvil. Las 20:25. Se levantó de la cama y se vistió también, comentándome cómo tenía que hacer para poder llegar a Sants desde ahí en el menor tiempo posible. Al salir, seguir la calle hacia arriba y en la primera intersección encontraría a mi derecha la parada de metro de linea roja. A partir de ahí, tocaría jugar con el cambio de linea.

Noté como, mientras me cambiaba, me miraba con esa mirada tonta. Cogí mi mochila y salimos de la habitación.

De camino a la puerta, me di cuenta de que no habíamos cenado. La verdad es que no tenía hambre así que le dije que se comiera el sushi en honor a los dos. En mi caso, ya miraría de pillar algo en el AVE o una vez estuviera en Madrid. No cruzamos muchas más palabras. Al despedirnos, bajo el marco de la puerta, lo abracé por el cuello y le besé. Cerré los ojos. Qué feliz me hacía. Ese momento, ese lugar... Al separarnos me comentó que, o me daba prisa o llegaría tarde. Tenía razón. Así que le dije adiós, y me encaré hacia la parada de metro pendiente del reloj. Me quedaban 25 minutos para poder llegar al AVE.

Al llegar a Sants, me dirigí rápidamente al puesto de seguridad a la entrada del AVE. Miré el reloj y vi que mi AVE salía en 10 minutos. Mierda. Estaba sudando, notaba mi espalda húmeda.

Al pasar el control bajé directamente al andén, corriendo. Cuando logré localizar mi asiento, dejé la enorme mochila que llevaba conmigo en el portaequipajes encima de mi, y por fin me relajé. Tenía muchas cosas que procesar. Él, sus besos, su cuerpo...

Una voz femenina me apartó de mis pensamientos.

- Perdona, este asiento es el mío.

A mi costado, en medio del pequeño pasillo, se alzaba una mujer de mediana edad, con la melena recogida y un papel arrugado en la mano. La miré unos segundos.

- No puede ser... este es mi asiento... - le dije.

Saqué el billete de la cartera y lo revisé un momento. Mierda. Me había equivocado de asiento. El mío estaba en el coche 4, no en el coche 8. Con la cara roja a punto de estallarme, me levanté y me disculpé. Cogí mi mochila y, esquivando a la multitud que estaba en el pasillo acomodando sus equipajes, me dirigí a mi asiento. Esta vez el mío.

Sudando, con la mochila en una mano y el billete en la otra, el móvil vibró. Me había mandado un mensaje.

- Que vaya bien el viaje a Madrid.

Suspiré. No pude evitar dibujar una risa tonta en mi cara.


Me había enamorado de él..? Apenas lo conocía... No creo que sea bueno desarrollar tan rápido esa necesidad de apego.

Sin embargo, pensar en él hacía que tuviera una extraña sensación de vértigo. Notaba un nudo en el estómago que me subía por el esófago... la boca seca... Pensaba también en el hecho de que él fuera un chico. Nunca he salido de el armario en el entorno familiar, y es algo que aún tengo que enfrentarme y encarar, luchar conmigo mismo para aceptarlo. Sé que a mis padres no les importaría, quizás un poco de shock al principio. Pero es algo que tengo que trabajar yo, enfrentarme a ello. Tiempo al tiempo.


Me siento como si estuviera al borde de un precipicio. ¿Sabes la sensación de vértigo al rozar el límite con la suela de los zapatos? Me siento así. Sin embargo, no tengo miedo. La oscuridad del vacío que se abre bajo mis pies me abraza, llenándome de una paz arrolladora. Él es la incertidumbre, y yo quiero lanzarme de lleno...

Aún así, soy consiente que las cosas llevan su tiempo. Esto hace que en mi cabeza se libre una batalla continua entre la sensatez y el impulso. Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Y ya sabemos, que los mejores platos se cocinan a fuego lento...