Escribir una novela es como redactar un trabajo de la universidad. Es decir, tienes que definir muy bien el objeto de estudio. Sé que existe siempre esta dicotomía del escritor brújula o mapa, etc etc. Pero en ambos casos, sabes a dónde te estás dirigiendo. Sabes el rumbo que quieres tomar. En el caso del mapa, lo sabes mucho antes de ni siquiera escribir la primera palabra. En cambio, en el caso de los escritores brújula, vas viendo el rumbo que va tomando la historia. Pero sabes a dónde te estás dirigiendo. Las buenas historias son aquellas que fluyen con la historia… es decir, un desarrollo natural de las cosas… todo ocurre y se desarrolla para un fin…

Antes, al escribir, escribía lo que me salia de dentro. Notaba como una fuerza dentro de mi me empujaba a escribir, a la necesidad de vomitar lo que pensaba. Me gustaba perderme entre mundos, entre tramas, entre personajes. Ser la mejor versión de mi. O poder, por un momento, desprenderme de mi realidad para adentrarme a una más soportable. No sé ni lo que digo. Por dios qué intenso que soy. Pero vamos, la idea y lo que más me frustra ahora es que antes con una mínima idea estaba dándole bola mucho tiempo. Notaba mi cuerpo temblar al ver crecer poco a poco esa idea. Era como una sensación de vértigo, como cuando te enamoras. El corazón desbocado. Sin embargo, al acabar la carrera y querer volver a sentir esto, descubrí que esto ya no era así. No sentía mariposas en el estómago al enfrentarme a la hoja en blanco, no sabía plasmar en palabras mis ideas, me costaba cuesta mucho articular ni siquiera un diálogo lógico o decente. La historia no me llevaba por sus caminos. No había caminos. Solo prado, bosque, nada claro. Entendí que si quería volver a sentir lo que sentía antes, debía empezar a aprender a tomar iniciativa y forzarme a moldear por mi mismo y de manera consciente las historias. Sumando elementos, preguntándome (qué pasaría si…) alimentar la fábrica de la imaginación.

Reconozco que desde que acabé la carrera, mi principal objetivo ha sido el de recuperar mi habilidad para narrar. He pasado noches enteras definiendo mi problema, estableciendo sus límites, para poder dibujarlo de la mejor forma y poder plantarle cara. Suena contradictorio, querer recuperar la espontaneidad que tenía mediante la planificación meditada y análisis riguroso del problema al que me enfrento. Recuperar algo subjetivo añadiéndole objetividad, sometiéndolo a unas reglas preestablecidas. Pero, siento que mantener el control es el único camino que tengo para recuperar algo que siento que la monotonía del pasar del tiempo me ha quitado.

Hace años empecé a escribir una historia sobre el despertar sexual (sí, estaba obsesionado con ese tema, pero bueno, estaba en plena pubertad y eso significa hacerte preguntas insustanciales que crees que te marcarán de por vida y obsesionarte por el placer sexual de la persona y la búsqueda constante de esencias que te hagan sentir que perteneces a un mundo corpóreo. Vamos, que vas más salido que el canto de una mesa y que necesitas sentirte real, y que las tonterías que haces son tus tonterías, y quizás cobrarán especial fuerza en tu mundo, fuerza que en unos años, dejarán de tener…) de una chica joven, en la Barcelona de los años veinte.

Básicamente ella se enamoraba de un chico, un alumno de la clase de economía de la universidad en dónde su padre daba clases. Los padres de ella lo descubrían y la mandaban a Francia, a un colegio de monjas, religioso (eran muy religiosos, iban a misa todos los domingos y se regían por una conducta de vida inquebrantable a ojos de dios). Total, que ahí se hacía amiga de una niña rebelde, y ella, nuestra protagonista, se siente irremediablemente atraída hacía su mundo… hacía ella… Total, que la idea era desarrollar un despertar sexual en una atmósfera asfixiante y trabajar la psique de la protagonista, como vamos de una inocencia vista al inicio de la novela, hasta un punto en dónde la protagonista toma consciencia de dónde vive, de la atmósfera asfixiante en la que se encuentra y de lo que realmente quiere, de cómo se reafirma en pequeñas acciones que negaba al inicio de la novela. Vamos, la escena estrella es cuando ella y la otra, se suicidan cuando se descubre lo suyo (sorpresa, historia LGBT que acaba en tragedia, madre mía que innovador me siento).

El tema es que me he acordado de la historia y recordaba que los diálogos estaban bastante bien. Aún así, no he logrado encontrar el documento en dónde la empecé a escribir… y me da pena… y rabia… realmente es una de esas historias de mi etapa de prepúber y adolescente en dónde realmente, ahora con unos cuántos años de más, le veo calidad. Pero bueno… sigamos con la ardua tarea de nutrir esa capacidad narrativa que todos tenemos, pero, a unos más que a otros, nos cuesta poner en práctica.