Cuando me propuse a inicios de año forzarme a escribir, lo primero que hice (a parte de reanudar este blog) fue crear un documento de word en blanco al que llamé "vertedero de palabras".
Llevaba semanas midiendo y observando lo que me pasaba cuando me forzaba a escribir. Mi cabeza empezaba a echar humo, notaba como las manos se me entumecían y no podía pensar nada con claridad. Me asolaba un torbellino de ideas inconexas, palabras imprecisas, imágenes borrosas. Era tal la fuerza con la que me golpeaba, que me quedaba inmóvil, incapaz de redactar o seguir con la idea que tenía en mente. Era incapaz de gestionar tal cantidad de palabras e ideas que me pasaban por la cabeza. No sabía como continuar, que palabras usar, ni siquiera a formar una frase que tuviera algo de sentido.
Este hecho de sentirme impotente delante de la hoja en blanco, sentir que algo que me hacía feliz antes ya no me daba esa satisfacción que yo andaba buscando y que además no lograba redactar nada de lo que estuviese satisfecho, tomé la decisión de buscar o informarme de qué podría estar pasando y si había habido escritores que habían pasado por lo mismo. Sí, está el famoso bloqueo del escritor y ya hay miles de métodos para intentar superarlo (marcarte objetivos, leer, leer más, crear un hábito de escritura, etc...). Pero yo buscaba algo más. No era un bloqueo por que hacía tiempo ya que no escribía nada por tema de tiempos (la universidad me había quitado en gran parte el poco que tenía). Era algo más profundo. Algo relacionado con la habilidad.
Me acuerdo de leer cuando estaba en bachillerato el caso de Mercè Rodoreda que comentaba que había estado una larga temporada, años, sin poder escribir nada (solo algunos cuentos) ya que el mero hecho de ponerse a escribir conllevaba un esfuerzo enorme. Las manos le dolían, no podía sujetar el bolígrafo y lo que antes hacía con pasión se había vuelto en todo una pesadilla. De esta experiencia de la autora, aprendí que a veces, no importa las muchas ganas que le eches a algún proyecto de este tipo, sino que las cosas siguen un curso, y si ahora no es el momento, no importa, ya llegará. Quizás es por que de manera inconsciente la idea que habías planteado para la historia necesita algo más de tiempo para poder madurar. O quizás ese dolor de articulaciones, esa parálisis que sufres al enfrentarte a la hoja en blanco abrumado por todas las ideas que empiezan a circular por tu cabeza, se debe a simplemente a que tu cuerpo te está pidiendo algo más de tiempo para poder enfrentarse a la ardua tarea que es el escribir. Crear un mundo de cero, y subjetividades distintas que interactúen en él.
Sin embargo, esto no hacía que mis ganas de escribir, retomar lo que me hacía tan feliz, cesaran. Coincido con la idea de que a veces, lo que uno necesita es tiempo y que tomarse un par de años, escribiendo poco a poco para ir retomando el ritmo, es una buena manera de paliar el problema que puede suponer esto. Aún así, lo que quería era poder recuperar esa habilidad para domesticar las palabras. Poder traducir y plasmar correctamente todas esas ideas que me circulaban por la cabeza.
Recordé que, en la autobiografía literaria de Stephen King Mientras Escribo comentaba que a veces, lo que necesitamos es vomitar, sacar todas esas palabras que nos están ocupando espacio en la cabeza y lo único que están haciendo es distraernos de nuestros objetivos. Sería como cuando estás pasando una situación de estrés y lo único que necesitas para poder relajarte es gritar con todas tus fuerzas, sacar la frustración de dentro de ti. En la escritura esto se traduciría en sacar todo lo que tienes en la cabeza y te distrae. Vomitar en una hoja en blanco todo aquello que se te pase por la cabeza, sin meditarlo, sin medirlo, sin temor de que esté mal o no. Por que lo único que importa aquí es que se saquen todas estas ideas y palabras de dentro, sin ninguna consecuencia.
Al reflexionar sobre ello me dí cuenta que quizás esto era lo que necesitaba. A parte de crear un hábito de escritura (el consejo número 1 que da todo el mundo) lo que necesitaba era desprenderme de todo aquello que me consumía por dentro a la hora de escribir: las inseguridades, los temores a no escribir bien, temas que aunque no te des cuenta, te consumen poco a poco hasta llegar al punto de bloquearte ante una hoja en blanco.
Eso hice. Crear un documento de word sin ninguna idea en mente nada más la de tenerlo como vía de escape, un vertedero para todo lo que quiera sacar de dentro de mi cabeza.
Haciendo balance después de haberlo estado usando unos meses, puedo decir que ha sido una buena decisión y la verdad, noto que me está ayudando a ordenarme las ideas y a ser capaz de escribir algo mejor, sabiendo lo que quiero y cómo transmitirlo. En mi opinión, es un buen ejercicio para dejar la mente en blanco y relajarse todo lo posible para poder escribir.
Es un consejo que se sale algo de lo habitual, ya que normalmente, cuando alguien busca ayuda para superar este tipo de cosas, o emprender el camino de la escritura, muchos de los consejos que se dan son tres: crearse un hábito escritor, leer muchísimo y ponerte objetivos. Pero creo que a veces, más que poner el foco en el resultado (querer escribir) tenemos que ponerlo sobre nosotros, que somos al fin y al cabo, quiénes vamos a escribir aquello que tanto queremos.
También tengo que decir que a veces, cada X tiempo es bueno echarle un ojo a lo que hemos ido acumulando en el vertedero. Por mucho que nos digamos a nosotros mismos que lo que estamos escribiendo no es de calidad, o no tiene sentido, una mirada distanciada nos puede dar otra perspectiva. A veces, cuando escribimos algo, lo peor que podemos hacer es lanzarnos de lleno acto seguido a la corrección. Eso puede llegar a ser fatal en algunos casos, ya que alimenta la frustración al ver o creernos que lo que hemos escrito no tiene sentido o está mal. El propio autor suele ser el peor y más estricto crítico de su trabajo. Por ello, es bueno dejar entre escritura y corrección un periodo de tregua. Descubres auténticas joyas de cosas que al momento de escribirlas pensabas que eran lo peor.
La clave está en darse tiempo a uno mismo. Y en vomitar todas aquellas palabras que nos distraen en un vertedero. Olvidarnos. Y volver.
No hay comentarios
Publicar un comentario