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Personal Relaciones

He conocido a una persona (de la manera más millenial posible): PARTE II

¿Os acordáis que comenté no hace mucho que había conocido a una persona de la forma más millenial posible? Bueno, pues la cosa sigue, y madre mía lo que ha evolucionado todo.

Después de esa primera vez, cuando nos vimos, en el tren de vuelta a casa me di cuenta de que me gustaba. Estaba ilusionado. Era extraño para mi como un sentimiento había evolucionado a otro sin previo aviso. Quería conocerlo, ser su amigo, pero el cosquilleo en el estómago estaba, y no podía ignorarlo.

Después de esa vez, acordamos vernos una segunda. Un sábado, después de navidades. Sin cenas y compromisos familiares de por  medio. Quería seguir hablando con él. Me transmitía una calma que no os podéis llegar a imaginar. Esas ganas de querer estar hablando siempre con alguien. En fin.

El viernes antes, recibí un mensaje de whatsapp. Era él. Me comentaba que si lo podíamos aplazar. Tenía una entrega del máster muy importante para el lunes siguiente y tenía que pasarse todo el fin de semana encerrado en su habitación redactando. Le contesté que bien, que no pasaba nada, lo entendía.

A ver, es normal, si estás estudiando un máster, trabajando 40h, es normal que a veces tengas que hacer balanza y pensar más en el trabajo. Yo también lo haría. Sin embargo, un sentimiento de dolor e inseguirdad nacía dentro de mí. Era perfectamente consciente de que eso era normal, que no pasaba nada, pero mi cuerpo se guiaba más por el instinto que por la razón y la lógica. ¿Y si me dejaba de hablar? ¿Y si empezaba a hacerme ghosting? las dudas de expandian como las llamas con la madera, y yo no era capaz de apaciguarlas. Soy un inseguro de mierda la verdad. Aún así, pensé friamente. Le comenté eso, que no pasaba nada y que ya encontraríamos otro día para vernos. Había tiempo.

Al lunes siguiente, me abrió de nuevo por whatsapp. Me comentó que ya había entregado el trabajo y que era libre, por fin. Estuvimos hablando un buen rato de temas banales, como si no quisieramos que se acabara nunca la conversación. De pronto me propuso quedar el jueves, después del trabajo, para ir a tomar algo. Le dijé que sí. Ambos trabajamos bastante cerca el uno del otro, y el jueves era un día perfecto para salir a tomar algo, ya que los viernes, al menos para mi, suelen ser días ligeros, no me importa quedarme hasta tarde un jueves.

Total, que llegó el jueves y al salir de trabajar fui a esperarle a la puerta de su oficina. Salío y nos encaminamos al centro, a un bar que me había comentado que no estaba mal. El cuerpo me pedía cervesa. Lo necesitava. No podía evitar perderme en sus ojos. Es que es tan mono...

Llegamos al bar y nos pedimos un par de cervezas. Nos sentamos y empezamos a hablar y despotricar de nuestros trabajos, que si mucho trabajo, que si falta de planificacion, que si la gente no se toma en serio su trabajo. Nos pasamos al menos dos horas así. Hacía rato que nos habíamos acabado las cervezas, y yo me esforzaba a sacar temas de conversación para que no nos quedaramos en un silencio tenso.

Notaba que el cada vez estaba más cerca de mi, podíamos cortar la tensión del ambiente con un cuchillo... Él se acercaba, me acariciaba la pierna, ponia su mano encima de mi rodilla... Lo notaba, sabía que iba a pasar de un momento a otro, pero era demasiado cobarde como para lanzarme. No quería ser rechazado ni nada de eso. Cuando no tuve más temas de los que hablar, de repente comentó:
- Oye... ¿Te puedo comer la boca?
- Por favor

Me faltó tiempo para pensarlo, cuando me dí cuenta nos estabamos besando. El ruido de mi alrrededor se tornó en un zumbido inedscifrable, solo estaba concentrado en sus labios. Gracias de verdad, por haberte lanzado. Agradezco ese gesto como ningún otro.

Empecé a pasar mis manos por su espalda. Notaba el sabor a menta de sus labios. No me lo podía creer. De verdad estaba pasando.

Pasaron unos minutos hasta que nos separamos y recobramos la compostura.
- Gracias - le espeté.

Seguimos hablando, y de vez en cuando caía otro beso. A eso de las 21h salimos del bar y nos despedimos. Había sido una tarde rara, nunca me había pasado nada así. De camino a casa en el tren, no pude ocultar mi cara de bobo feliz. Era jueves y al día siguiente tocaba volver a la oficina, pero una sensación rara de felicidad infinita me embriagaba de una manera colosal.
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